jueves, 20 de septiembre de 2012

En noche sosegada




Era paz y era lumbre la noche transformada
Era paz y era fuego la brisa
desatada
Quédate aquí conmigo amor.
No te vayas.

-Dónde quedan los años, dime, adónde
Adónde las mañanas.
-Se las llevó la mar, se fueron con el agua.

Ahora ya no hay noches, ni brisas, ni alboradas tan solo un llanto seco
que  me ahoga
y estas manos antiguas
y estas llagas
escritas
a buril
y a palabras que nunca se dijeron
pero que abrieron surcos
en el mar.

-¿Qué tienes que decirme?
-Nada.

                                 

lunes, 10 de septiembre de 2012

La noche de la endrina



Fuego de sal y lumbre encadenada en la inquietante noche
de la endrina.
Destino incierto
en noche oscura del alma.

Mis caminos te buscan sin sentirte
y no hay luz en las velas
ni caricias mojando la pared antigua
de mi estancia.

Noche negra del color de la endrina donde bullen las sombras,
maleantes,
mujeres de la vida buscando
el unicornio
y yo
mirando sin ser vista
y al acecho
de no sé qué aventura temeraria.

Mis ojos no despiertan
hambrientos
ateridos de sueños imposibles
bajo la luz de los naranjos
y de las azaleas.

Pasión de sal y lumbre
encadenada
en la prisión oscura del licor de sangre de la endrina.

Busco el árbol prohibido de frutos prodigiosos
y no lo encuentro.







jueves, 6 de septiembre de 2012

Por fin llegué a mi pueblo




Por fin llegué a mi pueblo.
Blanco entre olivares y montes
Altivo y generoso entre cañadas.

Me esperaban mi sangre, las fuentes, los chorros de agua limpia, el pilar del Rosario, los barrancos,
las hormigas, el canto de los pájaros, el olor de la
 yerba, el aire, la tierra, los vencejos , los gorriones y las puertas del cementerio.
Quise morirme yo también y quedarme  para siempre
pero no pudo ser.
Cómo cerrar los ojos.

Por fin llegué a mi pueblo,
lo habité, lo aspiré, lo viví, lo sufrí, lo bailé, lo abracé, lo reí.
Lo lloré.
No pude comérmelo porque el campo no estaba,
hace años que cerró y apenas unas matas me recuerdan el esplendor de los vergeles.

El campo no es el mismo, ni los cortijos, ni las eras, ni el silbido adolescente.


Los caballos de pura sangre ahora son de vapor.

Pero llegué a mi pueblo
Blanco contra los olivos.
Blanco contra la piedra,
contra los cerezos.
Blanco, blanco, blanco,

Llegué, estuve, lo habité, lo abracé, me hice suya, se hizo mío.
Siempre fue mío.


Fotografía: Manuel Peñas